El José Antonio Páez que no conocemos II
José Antonio Páez

El José Antonio Páez que no conocemos (Parte II)

Páez y el Hato La Calzada

En la entrega anterior comentábamos datos generales y otros curiosos sobre los primeros años y la adolescencia de José Antonio Páez. Relatamos un episodio que marcó un punto de inflexión en la vida de este prócer venezolano; en esta oportunidad les contaremos qué pasó después de ese hecho que motivó la huida de Páez y su llegada al Hato La Calzada.

Páez en La Calzada

Luego de que José Antonio Páez huyera de Guama, atemorizado por las consecuencias que podía tener el asesinato que cometió en defensa propia, consiguió refugio y trabajo como peón en el Hato La Calzada -ubicado en el actual estado Apure- cuyo dueño era Manuel Antonio Pulido. Esta etapa influyó muchísimo para forjar su temperamento y robustecer su físico, algo que sería determinante en su futuro como General del ejército patriota.

El Hato La Calzada se dedicaba exclusivamente a la actividad ganadera (cría y venta de vacas, toros y caballos). En el primer tomo de su autobiografía, Páez describía el ambiente del hato y lo tortuosa y difícil que era la vida como peón en aquel lugar donde la jornada empezaba de madrugada y terminaba cuando se ocultaba el sol.

“Imagine el lector cuán duro había de ser el aprendizaje de semejante vida que solo podía resistir el hombre de robusta complexión o que se había acostumbrado desde muy joven a ejercicios que requerían gran fuerza corporal y una salud privilegiada. Este fue el gimnasio donde adquirí la robustez atlética que tantas veces me fue utilísima después, y que aún hoy me envidian muchos hombres en el vigor y fuerza de sus años. Mi cuerpo, a fuerza de golpes, se volvió de hierro, y mi alma adquirió, con las adversidades en los primeros años, ese temple que la educación más esmerada difícilmente habría podido darle.”

“El Catire” y “Manuelote”

Cuenta Páez: “Tocome de capataz un negro alto taciturno y de severo aspecto, a quien contribuía a hacer más venerable una híspida y poblada barba”; ese capataz se llamaba Manuel y lo apodaban “Manuelote”, era esclavo del dueño del hato La Calzada y se encargaba de las labores de mayordomo y capataz de la finca.

Manuelote sospechaba -infundadamente- que Páez había llegado al hato para vigilarlo, por lo cual lo sometía a los trabajos más rudos y sacrificados, haciendo caso omiso a la inexperiencia del joven peón.

“Recuerdo que un día al llegar a un río me gritó: “Tírese al agua y guíe el ganado”. Como yo titubease manifestándole que no sabía nadar, me contestó en tono de cólera: “Yo no le pregunto a usted si sabe nadar o no; le mando que se tire al río y guíe el ganado”. Acabado el trabajo del día, Manuelote, echado en la hamaca, solía decirme: “Catire Páez, traiga un camazo con agua y láveme los pies”; y después me mandaba que le meciese hasta que se quedaba dormido. Me distinguía con el nombre de catire (rubio), y con la preferencia sobre todos los demás peones para desempeñar cuanto había más difícil y peligroso que hacer en el hato.”

Años después, al fragor de la guerra de independencia, Manuelote es hecho prisionero por Páez, quien lo trata con tal bondad y magnanimidad que logra que el ex-capataz se incorpore posteriormente como soldado del ejército patriota, a sus órdenes.

El reposo del futuro guerrero

José Antonio Páez vivió y trabajó durante dos años en el hato La Calzada, luego se traslada con Manuelote al hato El Pagüey, que también pertenecía a Manuel Antonio Pulido. Allí, Paéz conoce finalmente a Pulido y se gana su confianza al punto de relevarlo de las funciones de peón para que se ocupara exclusivamente de la venta del ganado.

Con el tiempo, la experiencia y el éxito obtenido como comerciante ganadero (amén del apoyo de Pulido), Páez consiguió establecer su propio negocio con un modesto rebaño, lo que mejoró notablemente su calidad de vida, como expresó el mismo “Catire” en su Autobiografía

“Adquirí en aquel tiempo algunos bienes de fortuna: mi trabajo me proporcionaba los medios suficientes para vivir con independencia, me sentía satisfecho y feliz y para mí mismo nada más deseaba. Sin embargo, acercábase la hora de la redención y Venezuela se disponía a conquistar su libertad”. 

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