- 07/10/2023
- Texturas
- Chevige González Marcó
Un 9 de octubre de 1558 ocurrió la fundación de Mérida, la ciudad que llama a la nieve, en el contexto del trópico.
Estamos seguros que en la niñez de muchos niños venezolanos pensamos en Mérida y creemos que allí cae la nieve en la ciudad como en las películas. Las infinitas fotos del teleférico antiguo y el moderno, los cerros nevados, la presencia de las sombras de las montañas nos hace ese truco mental. En realidad, la nieve cae mucho más arriba, en otros bellos lugares de la geografía del estado Mérida y no de la ciudad.
Una vez dicho esto sobre los recuerdos quizás colectivos que tenemos de la ciudad de Mérida, vamos a los detalles de su fundación.
La ciudad que llama a la nieve
El nombre de Mérida viene del latín, se deriva de Emérita, el primer nombre de una ciudad fundada por los romanos en España. También en México, encontramos una Mérida, la de Yucatán.
La nuestra, la venezolana, fue fundada por Juan Rodríguez Suárez, quien lideraba una de expedición de conquista y venía proveniente de la localidad de Pamplona en la Nueva Granada (la actual Colombia). Rodríguez Suárez la bautizó como: Santiago de los Caballeros de Mérida. Evidentemente el señor era oriundo de la Mérida de Extremadura en España.
Como lo de Rodríguez Suárez no fue considerado una expedición de conquista oficial, es decir, no había sido encomendado a internarse en lo que hoy llamamos Andes venezolanos, la fundación de Mérida tuvo que ser ratificada por Juan de Maldonado, quién si contaba con la venia de las autoridades coloniales, en 1559.
La Mérida fundada por Rodríguez Suárez dista un poco de la de Maldonado, es más bien la Lagunillas andina actual. Mientras que la segunda, es la que tiene la ubicación que conocemos hoy en día.
Su fundador exiliado
La aventura de Rodríguez Suárez no se quedó como una anécdota. Para las autoridades españolas en Bogotá resultó en una afrenta y sometieron al conquistador improvisado a un juicio por usurpación de funciones.
Luego del juicio, se condenó a Rodríguez Suárez a ser “arrastrado a través de las calles hasta su muerte, para luego ser descuartizado y sus restos esparcidos sin derecho a sepultura”, una muy rebuscada condena a muerte.
Sin embargo, el obispo bogotano Juan de los Barrios contribuyó a lo que luego de que Rodríguez Suárez lograra darse a la fuga y la facilitó el poder llegar a la ciudad de Pamplona y de allí otra vez a territorio de la actual Venezuela.
Rodríguez Suárez fue protegido en Trujillo por el fundador de esa otra ciudad venezolana, Diego García de Paredes. Allí se convierte en el primer exiliado de la conquista.
La historia de lo ocurrido con Rodríguez Suárez era mucho más compleja. En realidad, él había cumplido con el deber de notificar sobre sus acciones, pero las luchas internas por el poder en Bogotá lo involucraron dentro de un complot y quedó como una pieza a sacrificar, ante los nexos hasta consanguíneos de Juan de Maldonado con el poder.
La Mérida indígena
Como casi todas nuestras ciudades, los conquistadores no fundaron ciudades sobre la “nada”. Muchas veces era el señalamiento de una imposición sobre un poblado indígena. En los valles de Mérida y en las laderas andinas habitaban los llamados timoto-cuicas, una denominación que algunos antropólogos venezolanos rebaten.
“Nosotros utilizamos ese término “Los Muku-Chama” ofreció Julio César Salas, que fue un investigador de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Había “timotos” en el páramo y había “cuicas” en Trujillo, en la zona que se llama todavía así “Cuica”, se precisa en el libro La Persistencia de los Dioses, de Jacqueline Clarac.
Todos estos grupos indígenas tenían también un origen común, provenían de grupos Chibchas, uno de las familias de pueblos originarios con mayores avances tecnológicos en lo que luego fue llamado América.
Para darnos una idea de estos avances conozcamos lo que dice en su libro la antropóloga Clarac: “los indígenas tenían la tecnología de las terrazas. Las crónicas del principio de la conquista hablan de cómo las laderas estaban terraceadas y teníamos sistemas de riego por todas partes. Ellos llamaron a los canales de riego de los indígenas “acequias”. Muchas desaparecieron; las utilizaron para haciendas o para hacer acueductos para las ciudades. Por eso la zona de Acequias en Mérida se llama así, porque –es impresionante, de verdad- posee kilómetros y kilómetros de canales de riego de origen indígena”.
El investigador Salas señala además que los indígenas Muku-Chama se refugiaron en la cordillera y ofrecieron resistencia a colonizadores y a criollos hasta el siglo 19. Luego se trasladan al sur del Lago de Maracaibo y empiezan a ser denominados como motilones. El desplazamiento continuó y los motilones terminaron ubicados en la Sierra de Perijá del estado Zulia.
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